martes, 28 de febrero de 2012

La República del Inconsciente (N°3)

La brisa y el sueño 

Una flor cae desde el árbol de trinitarias. Antes de tocar el suelo alfombrado de sus ya caídas congéneres el viento la eleva hasta el rostro de una hermosa muchacha, quien delicadamente la toma y coloca entre algunas páginas del libro que lee, sentada en una banca de madera sobre el parque del atardecer, así lo llamaba ella, porque simplemente allí el ocaso parece una nueva pintura impresionista cada día. Un joven se sienta a su lado, de cabello negro, con profundos ojos azules:

- ¿Cómo lucirá con un poco de lluvia?

- ¿Perdón? Responde ella sin haber notado realmente la presencia de otra persona.

- Este paisaje. ¿Cómo se verá cuando llueve?

- Es hermoso. Es una vista única que no se percibe en ningún lugar de la ciudad.

- ¿Estás segura?

- Bueno, bastante, aunque no he recorrido toda la ciudad.

El sonríe, haciéndole notar a ella su presencia. Tratando de hacer que salga de su imaginación y se fije en él. Abre el morral que carga y saca una cámara, mostrándole la fotografía que tomó de ella sentada con el espectáculo de luces del sol y las nubes.

- Eres fotógrafo entonces.

- Aficionado… Me gusta este lugar. Creo que vendré algunas tardes a hacerte compañía.

Saca de su bolsillo una tarjeta de presentación.

- Toma en caso de que me extrañes así sabrás que soy yo.

Ella toma la tarjeta. Mientras la lee. El hombre se va.

Antes de oscurecer, cuando sólo se veía Venus brillando en el horizonte; la chica cierra el libro donde reposan entre la página 55 y 56 una flor fucsia de trinitaria y una tarjeta de presentación.

El sonido de una puerta que se cierra la despierta. Suena la bisagra, se vuelve abrir, mostrando a una chica delgada de cabello rojizo:

- ¿Te desperté?

La chica se acercó a él, colocando sus muslos a los lados de la cadera del hombre dando pequeños suaves besos en el cuello de su pareja.

- ¡Levántate dormilón¡

La chica se levantó, seguido salió de la habitación.

El hombre pasó la mano por su frente, despejando sus ojos, se sentó en la cama recordando a la chica bohemia con quien soñó. Un momento después mientras cepilla sus dientes, la imagen de la chica permanecía en su memoria, estimulando la sensación de deseo en lugar de la de ensueño.

Al atardecer, mientras maneja a casa, un balón de futbol golpea el parabrisas del vehículo, seguido de un niño. La chica bohemia se detiene a la derecha. Baja del vehículo. El niño estaba paralizado con la pelota entre las manos.

- Hola. ¿Estás bien?... ¿Dónde están tus padres?

El niño sólo señaló con el dedo hacia el atardecer. Ella sacó su bolso bandolero del auto y acompañó al niño colocando su mano sobre los hombros del chico.

- Allá están; señaló el pequeño y salió corriendo.

Ella siguió caminando para asegurarse que no surgiera ningún inconveniente, cuando aquel atardecer capturó su atención. Sacó su cámara profesional, se acercó a través de los árboles, retratando el atardecer que ilumina todas las acciones del parque; el niño y su juego de futbol, los abuelos conversando, la pareja comiendo sobre la grama, un trío de perros jugando y buscando comida.

Caminó tras un arreglo de jardín, viendo a un joven que leía en una banca de madera tal como un cuadro impresionista. Tomó la fotografía. Se interesó en la textura que daba la luz sobre la piel de aquel hombre contemporáneo. Se acercó a él:

- ¿Puedo tomarte de cerca una foto? Los profundos ojos azules del hombre quedaron impresionados al ver, literalmente, a la mujer de su sueño. La brisa sopló hacia ellos, desplegando un festival de trinitarias fucsias sobre aquel momento, una flor quedo entre el cabello de la chica bohemia. Él se levantó, la tomó de su cabello, la colocó en su libro entre las páginas 55 y 56, con pleno conocimiento de que pronto tendría una tarjeta que la acompañaría.

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