miércoles, 22 de febrero de 2012

La República del Inconsciente (N°2)

Transporte Urbano

El olor a café adornaba la mañana mientras caminaba por el boulevar hacia la parada del autobús. Disfruté mucho esa fragancia entre el bullicio de los vehículos, los rostros adormecidos de las personas y el sonido de sus pies que casi se arrastraban de tedio sobre la acera de terracota roja. Se detuvo el autobús, logré subir entre todas las personas que se quedaban en la puerta, pasé entre ellas y casi al final encontré un puesto. Me senté. Imaginando que estaba dentro de un café sorbiendo una taza caliente, admirando un hermoso jardín por donde pasaba la gente sonriente antes de cruzar la puerta. 

PUM PUM PUM, alguien golpea por encima la puerta del autobús para que le permitan bajar. Los improperios perturban el ambiente sonoro, por lo menos el mío, pueden pasar los años pero no disfruto tales agresiones. Los autobuses hasta las 9 de la nueve de la mañana son agobiantes máquinas batidoras. Un hueco en la vía, salto, la mujer que se acerca a la puerta para salir golpea con su cartera todo a su paso, incluyéndome, otro hueco, el cojín se mueve, me deslizo, otra cartera, un bebé llorando, el pasajero del lado balanceándose… de repente todo este movimiento se sometió a un solo. Ya no se balanceaban los pasajeros dormidos, sino el semáforo, los árboles, los edificios más altos. No se escuchaba el bullicio de la ciudad, sino un crujir… el crujir de la tierra. Los vehículos estaban detenidos. Cuando los pasajeros identificaron que temblaba comenzaron a gritar. El conductor se desesperó y siguió manejando a alta velocidad entre vehículos detenidos. Entonces grité, sin irme del asiento pero levantado:

- Noooo, deténgase.
 
Entre los gritos de la gente mi voz se perdía, a medida que lo repetía, en la siguiente curva, el conductor perdió el control. Volamos desde un elevado unos seis metros hacia el pavimento. Los seis metros más lentos de mi vida. El viento chocaba en mi cara. La gente gritaba pero ya no podía escucharlos. Sentí que algo goteaba de mi oreja. Estaba sangrando en el impacto contra el parapeto me había golpeado y ahora como en una obra maestra el final. Miré al hermoso cielo despejado, y recordé por última vez aquella fragancia a café. Después mi cabeza contra la butaca de adelante, sabor a sangre, comprimí los labios, pensé en mamá y las lágrimas corrían a mis ojos, si lograron salir o no, no lo sé, porque allí se quedó mi historia.

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